
Desde la pandemia, la ansiedad se ha vuelto una palabra muy presente en nuestras conversaciones cotidianas, de hecho, un estudio realizado por INEGI (el ENBIARE 2021), muestra que 19.3% de la población adulta tiene síntomas de ansiedad severa, mientras otro 31.3% revela síntomas de ansiedad mínima o en algún grado.
Por esta razón cada vez más personas hablan abiertamente de sus síntomas, como palpitaciones, dificultad para dormir, pensamientos acelerados o una sensación constante de inquietud. Lo que antes podía vivirse en silencio o como algo “raro”, hoy es reconocido como una experiencia humana común, pero no por eso menos difícil, y es que, cuando se instala, puede afectar profundamente la manera en que nos relacionamos, tomamos decisiones y vivimos el día a día.
Cuando hablamos de ansiedad, hay que tener en cuenta algunos puntos importantes:
¿Qué me está queriendo decir la ansiedad?
Es necesario explorar la ansiedad como un síntoma que cumple una función dentro del sistema familiar más que como un problema individual.
La ansiedad puede ser portadora de un mensaje
Muchas veces la ansiedad aparece cuando hay desajustes o tensiones invisibles (o que no se reconocen como tal) en nuestras relaciones más cercanas.
La ansiedad como lealtad familiar.
Casos donde las personas sienten ansiedad por dinámicas que no les pertenecen directamente (herencias emocionales, duelos no elaborados, secretos familiares, etc.).
Vínculos que calman vs. vínculos que activan
Cómo las relaciones pueden tanto disparar como contener la ansiedad.
Historias que cargamos
Cómo las narrativas familiares influyen en cómo vivimos el miedo, el control o la sobreexigencia.

Tal vez la ansiedad no es únicamente algo que hay que eliminar, sino una señal que merece ser escuchada con atención y cuidado. Detrás del síntoma, muchas veces hay necesidades no reconocidas, vínculos que piden ser mirados o historias que siguen resonando en el presente. Adoptar una mirada más compasiva e integradora nos permite dejar de pelear con la ansiedad y empezar a dialogar con lo que viene a mostrarnos. En lugar de preguntarnos “¿cómo la quito?”, tal vez podemos preguntarnos “¿qué necesita ser visto aquí?”. Así, el síntoma se convierte en una puerta hacia el cambio, tanto personal como relacional.
